Si se abriera una grieta
en el inmenso tapiz que nos envuelve, y si tras esa grieta existiera un mundo capaz
de ir hacia atrás en el tiempo, Xīn líng se escurriría por ella con los ojos cerrados.
La autora, como es
previsible, se arroga el derecho y la libertad de girar la llave del tiempo y
entrar con sigilo al conflicto.
Entre bisbiseos y
confidencias, y con la alegría y el placer de encontrarse, Xīn líng y Shuì
se entregan sin estorbos a impregnar el aire de emociones. Y el secreto se elevó sin trabas, como la cometa que se
deja llevar por el viento. Voló musitando un nombre, el de Buku.
La desolación de
Xīn líng es tan grande como un campo de girasoles recién arrasado por un
incendio. Cierra los párpados e implora suavemente un alivio a la culpa.
Penetra con suavidad en el cerebro, y las palabras, solidarias y cómplices, deciden
por unanimidad dejar al verso que se pronuncie:
Las lágrimas
brotaron límpidas
y creció la hierba
La culpa lloró
de pena
y nevó en los montes
El dolor
gimió la enseñanza
Y siguió la vida.
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