Un silbido amenazante atravesó los campos dejando sin
aliento a los susurros del bosque. Gritos de espanto sacudieron el aire y
resquebrajaron la tierra. Figuras grotescas se contorsionaron impelidas por el
viento, y el latir del mundo se paralizó. Un fuego voraz lo invadió todo.
La
mirada incrédula de Xīn líng contempla el espectáculo como un sueño sombrío, como
si asomaran fantasmas escondidos más allá del mundo, más allá del telón de las
sombras. Comienza a revolotear por su interior un dolor mudo
y desconocido.
Y
como el sauce que al reflejarse en la superficie del río se distorsiona creando
imágines espectrales, Xīn líng aguarda a que las fuerzas del Universo
desvirtúen, en cualquier momento, el escenario dantesco.
Junto
al olivo, Xīn líng se sumerge dulcemente en el misterioso oasis de su cerebro. Y,
de la misma manera que las madejas de oro y plata originan bellos tapices; las
palabras se hilvanan recreando su particular urdimbre:
El
mundo respira gracias a la naturaleza que lo circunda; protegerla es el mejor gesto
de amor a la vida.