Si el
tiempo se desorienta y pierde el rumbo. Si se adormece y, en sueños, viaja al
Parnaso dejando lapsos al socaire de los vientos. Si desaparece el tiempo,
digo, Xīn líng
coge un lienzo, o un cartón, o una madera, y pinta.
Antes
de acceder a ese mundo mágico, en el que, mediante un aquelarre a plena luz del
día, los colores organizan su propia orgía. Xīn lín, se asoma a su interior, y
se cerciora del aspecto de sus sentimientos. Recorre su corazón y su cerebro y
surge al exterior con la mente cargada de sensaciones, intentando, con deseo
contenido, plasmarlas.
El mundo real desaparece, y se establece entre los
sentidos un concierto de opiniones. Como si la vista debiera comprender lo que
opina el tacto, y éste a su vez, hacérselo entender al olfato, y todos juntos,
ponerse de acuerdo con el cerebro. Todo ello contando con la complicidad del
tiempo que sigue agazapado y en suspenso.
Xīn líng, contra su deseo, el transcurso del tiempo
le perturba, se le escurre entre los dedos como el agua del manantial que
quisiera atrapar y se escapa esquivo. Cierra sus párpados inquietos y se
traslada al mundo subliminal de las palabras. Chronos, el Dios del tiempo, la coge
entre sus brazos y, volando a través de los días y las noches, susurra generoso
las palabras siguientes:
No temas al tiempo. La Luna y el Sol están de tu parte.
Vive, haz, disfruta.
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